Sería el último fin de semana con la Leito, que ya se volvía a Chile después de tres semanas de estadía en Guayaquil. Asi que organizamos un paseo por la costa Ecuatoriana.
Largos kilómetros de mar y playas, vegetación selvática en abundancia, plantaciones de arroz, un camino de una vía lleno de hoyos, pueblitos muy pobres con casitas de caña o en obra sin pintar, fue el paisaje que nos acompañó el feriado de carnaval.
Nos habían comentado que dada la temporada, las probabilidades de encontrar alojamiento eran muy escasas. Pero no nos importó mayormente ¡Cómo no íbamos a encontrar algo! En el peor de los casos llegaríamos hasta Manta, una ciudad grande que si tendría un lugar confortable donde pudiéramos alojarnos. ¡Gran error!
Desde el inicio de la ruta del sol, famosa por sus playas, comenzó la tortuosa odisea de encontrar un digno lugar. Después de 8 horas mirando playas y más playas, no encontramos nada y tuvimos que recurrir a nuestro último recurso: Manta. En el camino vimos muchas hosterías y todas aparentemente desocupadas, pero al preguntar por alojamiento decían que no tenían nada disponible.
Durante el viaje, Agus, sentado en su silla preguntaba cada cierto rato si ya habíamos llegado: “¿Ya gegamos mamá? ¿Yo ir a paya mamá? ¡Yo queco jugá en la paya papá!” “todavía no mi amor. Estamos buscando un lugar donde quedarnos” le decía. “Aaaa ya” y se quedaba mirando por la ventana del auto con carita de pena. Y la Emi por su parte, reclamaba chata de ir amarrada tanto rato y con calor.
Ya cansados, cuando llegamos a Manta, no nos importaba mucho como fuera el hotel. Encontramos uno al frente de la playa. Se llamaba “Las gaviotas” y no tenía muy buen aspecto.
En la recepción nos dijeron que tenían sólo 2 habitaciones disponibles, una cuádruple y otra triple y que si nos decidíamos tendríamos que pagar por adelantado dos noches. La cuádruple tenía un aire acondicionado del año de las cavernas todo oxidado que lo mas probable hubiese sido que en vez de enfriar calentara, con vista a un patio duro y muy oscura. La triple, que era más chica, tenía más luz, vista al mar y aire nuevo, así que pese al hacinamiento nos quedamos bien ventilados los 5 en la triple. La pieza tenía un pasillo de 20 cm. entre cada cama, un balcón y un baño supuestamente con ducha caliente y tres toallas de cuerpo.
Agus estaba feliz porque al fin habíamos llegado y podríamos ponernos traje de baño, agarrar balde y pala y partir a la rica playa aunque fuera por un rato. Pero en ese momento, un estruendoso cielo arruinó todos los planes y ¡la lluvia comenzó a golpear sin piedad las calles de Manta! Para pasar las penas, sacamos la cocinilla, calentamos las papas de los niños y comenzamos el proceso de instalar las camas. Juntamos las tres, fue un poco difícil, porque igual había un espacio entre una y otra y los niños quedaban con parte del cuerpo metido en el larguero al tumbarse dormidos. En ese hoyo se me desaparecieron varias veces.
En una esquina sobre un larguero JE, luego la Emita, después yo luego Agus y al final la Leito. Esto del pijama party lo tenía todo revolucionado: Agus saltaba de una cama a la otra, la Emita gateaba de una punta a la otra para tirarse guarda abajo, en su trayecto se encontraba con los desniveles y espacios entre los colchones en donde quedaba su cuerpito metido. Agus metía sus autitos entre los largueros usándolos como pistas de carrera, mas de alguno se nos enterró en la noche.
Cuando nos acostamos, apenas nos podíamos girar en la cama. Bien callados intentábamos bajar los decibeles para que los niños se durmieran y fingíamos estar dormidos, pero sincronizadamente se asomaba en la penumbra alguna pequeña cabeza que se sentaba en la cama, la que intentábamos acostar pero parecían mono porfiado. La Emita como siempre me buscaba para acurrucarse y petear con mi camisa de dormir.
A la pobre Leito le toco la cama más ortopédica: una cama con somier vencido, que estaba en calidad de hamaca. De espaldas el poto le llegaba al suelo y la cabeza y los pies le quedaban en altura. Más encima Agus, usando la cama como balancín, se tiraba de un lado al otro aumentando la deformación del colchón.
Para colmo, una vez que se durmieron los niños, como a las 22:00, comenzó el show frente a la playa en un escenario donde parecía que todo Manta festejaba el carnaval. Se presentaron cantantes, bailarines y hasta fuegos artificiales. Era una versión rasca del Festival de Viña ¡Estaba loca con los ruidos, ni una opción de dormir!!!! Tanto, que Agus estuvo durmiendo con su cabeza metida entre los dos colchones tapándose los oídos hasta que no aguanto mas, se sentó en la cama y medio dormido dijo: “¡El pagyaso Tomatín!”. ” ¡Gegó el circo, mamá! ¿Vamo a ve?”. Yo, con voz de ultratumba lo intentaba convencer de que se durmiera: “Agus….doooormiiiiir” pero estaba fascinado con la idea del payaso y con los fuegos artificiales. La fiesta terminó como a las 3.00 am, así que harto rato nos dimos vuelta en la pieza los dos desvelados.
A la mañana siguiente, despertados después del acalorado trasnoche, la pequeña habitación dejaba sentir los olores de los gases, pañales, cuerpos y pelos pegoteados, así es que sin duda nos teníamos que bañar. Al menos cada uno tenía su toalla.
El baño ya se filtraba por el lavamanos y el escusado, así que el trapero que había llevado no daba abasto y costaba mucho mantenerlo limpio. La ducha era eléctrica y como platillo volador. Abrí las llaves con toda confianza esperando un chorro con masaje espectacular, pero ¡El agua salía helada y el chorro bañaba hacia la pared! Me metí a la ducha a mover los botones para prenderla, pero no corrí gran suerte. Sufrí una fuerte descarga eléctrica que me dejo pegada en la pared e hiperventilada, ¡Mojada y electrocutada! Gracias a Dios fue despacio, pero pase un susto grande. Llamamos a la recepción y nos mandaron a un Sr. que estuvo como 30 min. tratando de arreglarla. Yo le preguntaba si sabía que pasaba y no me respondía. Sólo veía como le corría la gota gorda y nunca supe si fue por que se electrocutaba o por mi cara de amenaza. Pero tanta descarga eléctrica no logró iluminar su ampolleta y no nos pudo solucionar el problema.
No nos quedó otra que hacer contorciones para lograr mojarse con el chorro de agua que apuntaba a la pared, evitar tocar la ducha eléctrica y soportatar la temperatura del agua.
Al desayuno, comer algo, fue una odisea. Agus corrió como potro loco por el comedor y costaba contenerlo. Seguramente sentía que al fin había espacio para mover las piernas. La Emi, por su parte, tiraba sus manitos y el mantel para alcanzar cualquier cosa que se pudiera echar a la boca.
En la tarde, la administración del hotel seguía dando que hablar, ya eran cerca de las 15:00 hrs y aún no nos habían hecho el aseo, pese a los reclamos. Sólo había pasado una mucama ¡retirando las toallas! Cuando las entregamos pensé con preocupación “Ojalá que las repongan”. ¡Error!
Ya era hora de ir a la playa, JE propuso ir a otra de la zona porque la que estaba frente al hotel era fea. Pobre Agus, nuevamente tendría que esperar.
Nos subimos al auto y una nube negra y lluviosa se encargó de acompañarnos todo el camino. Al llegar a San Mateo, una playa bien rebuscada, llena de piedras se visualizaba un ambiente bien popular, la gente llevaba transistor, cocaví, chales, carpas, techos, etc.… Los guatones se paseaban orgullosos de sus poncheras, se levantaban la polera dejando ver sus ombligos. Las mujeres, sin tapujos ni complejos, usaban pequeños trajes de baño exhibiendo sus cuerpos todos sueltos. Poco rato estuvimos. Dado el ambiente y el cambio de clima decidimos partir.
Al volver al hotel tocaba baño para todos. Yo cruzaba los dedos para que el aseo estuviera hecho. Fue un alivio grande abrir esa puerta y sentir el agradable olor a cloro indicando que algún tipo de trapo había pasado. Pero la felicidad no podía durar tanto tiempo. Al llegar al baño pasó lo que me temía: la ducha no había sido arreglada y sólo dejaron: ¡¡¡Una toalla de cuerpo con dos de mano para abastecer a la multitud de esa habitación!!!. Me imaginé a JE secando su humanidad con la minúscula toalla. Pero a esas alturas después de tantos reclamos, decidimos arreglarnos con lo que había y salir del hotel al día siguiente a primera hora. JE tuvo el privilegio de usar la toalla y nosotros nos arreglamos con las chicas y una que habíamos llevado por si acaso.
El lunes partimos lo mas temprano posible, ¡A Guayaquil los pasajes! la misión estaba cumplida: habíamos conocido la zona, que después de todo es super linda, comimos buena comida, Agus había estado en la playa y la Emita comió toda la arena que había encontrado.
Nos quedó muy claro que ese hotel no tendrá la suerte de volver a alojarnos.
Ale
PD: Las fotos las tomamos durante el viaje
3 comentarios:
¡Qué lindas las fotografías y qué típico de Agus el querer levantar piedras!. Acá hacía lo mismo con esas tremendas bolas que hay delante de las tiendas de A. de Córdoba, se venía desde Vitacura hasta acá tratando de moverlas una por una y como no podía se sentaba a caballo en c/u. lo que hacía eterno el regreso, pero él lo pasaba increíble; esto lo repetía cada vez que salíamos a caminar.
El viaje a Manta resultó más azaroso que el de Cuenca, pero éste resulta digno de recordar; la verdad es que no vale la pena, al parecer, salir del querido, húmedo y nunca bien ponderado Guayaquil.
Ale qué rico que hayas retomado tu vena literaria, la estabamos echando mucho de menos.
Este viaje de uds. me recuerda mucho el que hicimos todos al norte con alojamiento en el Hostal Cuneo de Iquique (JE tiene que acordarse) y otro en semana santa en España: después de recorrer muchos km sin encontrar alojamiento, llegamos a un pueblo minúsculo como a las 12 de la noche,y tampoco, finalmente nos derivaron a una taberna que a través de un pasillo de mala muerte, lleno de personajes siniestros, comunicaba con una posada que no se veía muy saludable, pero oh sorpresa, las piezas aunque si bien minúsculas eran muy limpias, con una calefacción increible y con baño compartido (eso me puso de malas), pero resultó también impecable y jamás vimos ni sentimos otros huéspedes, a pesar de que nos aseguraron que estaba repleta. Salimos a comer confiados en que los españoles son noctámbulos, pero todo estaba cerrado porque el pueblo entero participaba en los pasos (procesiones) de jueves santo, en vista de lo cual decidimos observarlos haciendo oidos sordos a los reclamos intestinales y acertamos, fue algo sobrecogedor, muy lindo y sentido. Después de todo, valió la pena, a pesar del ayuno forzado al que nos vimos sometidos.
Por favor, conecten la cámara al computador, para ver los progresos de Agus y la Emi, para que uds. y los niños no nos olviden, etc, etc, etc.
¡Me muero por ver a los 4, aunque a JE lo vi en la oficina!
Besos y abrazos, te quiero mucho. Sigue escribiendo. Norita
Tía, el día que hablamos instalé la cámara. El angelito estaba tomando agua en un vaso, en un descuido en que la cámara estaba sobre la mesa, él decidió tomar el terminal y meterlo al vaso como bolsita de te. Corrí a secarlo con papel, cotonitos, secador, ahora me falta probar si sobrevivió.
hola ale y compañía,
Concuerdo plenamente con mi mamá con que es muy bueno que hayas retomado tu vena litería, realmente es un placer y una alegría leer tus columnas y ver las fotos....es una buena forma de estar conectados y saber que es lo que pasa.
Tambien concuerdo con mi madre que este tipo de aventuras son las mejores, las historias bizarras quedan para siempre en el recuerdo y cuando sean viejitos se van a matar de la risa.....
Un beso a todos, que envidia el calor, aunque me imagino que los desespera, no saben cuanto se extraña esa festiva alegría latinoamerican por estos lados tan frios.
Que estén bien!
Gon
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